¿Sabías que el vínculo entre nuestros sentimientos y lo que comemos es más fuerte de lo que crees? En esta nota te contamos cómo el estrés, la ansiedad y otras emociones impactan directamente en nuestra alimentación, y cómo encontrar un equilibrio saludable.
Cuando pensamos en dieta, lo primero que se nos viene a la mente son los alimentos que comemos o las calorías que consumimos. Pero, ¿y si te dijéramos que tus sentimientos juegan un papel crucial en lo que decides poner en tu plato? A eso se le denomina dieta emocional, que es mucho más que una cuestión de nutrición; es un concepto de bienestar mental y afectivo.
La conexión entre lo que comemos y nuestras emociones es profunda y compleja. Naturalmente, las personas tienden a buscar consuelo cuando se sienten abrumadas, tristes o estresadas, y en muchas ocasiones, la comida se convierte en un refugio emocional, fenómeno conocido como “comer emocionalmente”, que es una respuesta a esos sentimientos y no a la verdadera necesidad de alimento.
De acuerdo con varios estudios de psicología, cuando estamos ansiosos, deprimidos o estresados, nuestros cerebros buscan una “solución rápida” para mejorar el estado de ánimo. El comer, en especial alimentos reconfortantes como el chocolate, papas fritas o dulces, activa el sistema de recompensa en el cerebro, liberando dopamina, la llamada “hormona de la felicidad”. Esto crea una sensación temporal de bienestar que hace que recurramos nuevamente a la comida como una forma de calmar nuestras emociones.
A lo largo de la historia, se ha utilizado los alimentos como una forma de celebración o para lidiar con situaciones difíciles. Pero, cuando este comportamiento se vuelve una constante, puede tener repercusiones negativas tanto en nuestra salud física como mental.
Cuando comemos en respuesta a nuestros sentimientos en lugar de por hambre real, ocurre el comer emocional. También incluye por aburrimiento, estrés, ansiedad o tristeza. A largo plazo, este patrón de comportamiento puede llevar al sobrepeso, trastornos alimentarios y a la incapacidad de reconocer las señales de hambre del cuerpo, ignorando la raíz emocional del problema.
Por ejemplo, cuando experimentamos un día difícil y decidimos “darnos un gusto” con algo muy calórico. En este caso, la comida se convierte en una respuesta rápida y fácil, pero que no resuelve la emoción subyacente.
El estrés y la ansiedad son dos de los factores emocionales más comunes que afectan nuestra relación con la comida. Cuando nos sentimos estresados, nuestro cuerpo libera cortisol, hormona que aumenta el apetito, especialmente por alimentos ricos en grasas y azúcares. Esta respuesta evolutiva fue útil en tiempos de supervivencia, cuando el estrés era una señal de que necesitábamos más energía para enfrentar una amenaza. Pero en la actualidad, donde las amenazas son más “abstractas” (como los plazos de trabajo o problemas familiares), no es la respuesta adecuada y puede llevarnos a comer en exceso.
La ansiedad, por su parte, también juega un papel muy importante. Las personas ansiosas tienden a buscar alimentos reconfortantes que les proporcionen consuelo inmediato, convirtiéndose en una solución temporal que no aborda el verdadero origen del sentimiento, generando un ciclo vicioso, donde cada vez que nos sentimos ansiosos, recurrimos a la comida como una salida de escape.
Un balance emocional y alimenticio es posible, pero requiere conciencia y esfuerzo. Toma en cuenta estos consejos para manejar las emociones sin recurrir a la comida:
Apoyo profesional: si sientes que la comida está tomando un papel demasiado importante en tu vida emocional, es fundamental que busques ayuda profesional. Un psicólogo o nutricionista pueden ayudarte a explorar las raíces de tu relación con la comida y desarrollar estrategias más saludables para lidiar con el estrés y las emociones.
Es importante recordar que no se trata de ser perfecto ni de evitar todos los alimentos que nos gustan o están catalogados como “poco saludables”. La clave está en encontrar un equilibrio, si bien no podemos evitar que nuestras emociones influencien nuestras elecciones alimenticias, podemos aprender a ser más conscientes de cómo afectan nuestra salud y bienestar, identificando y gestionando nuestro sentimientos de manera más efectiva, para establecer una relación saludable con la comida y aprender a gestionar nuestras respuestas emocionales, para alcanzar un bienestar integral.